Por María Turienzo
La sala de conciertos del Café Teatro acogió a unas 80 personas en el concierto ofrecido por Ángel Stanich y Kike Reguera
El ambiente que se respiraba ayer en el Café Teatro bien podía haberse confundido con el de un día cualquiera, pero esa impresión se esfumaba cuando quedaba atrás el último peldaño de las escaleras que conducían a la sala de conciertos.
La gente comenzaba a hacer cola frente a la mesa que hacía las veces de taquilla en la que poder adquirir las entradas. Había caras conocidas de aquellas personas asiduas a sus conciertos, otras que no tanto, todas ellas expectantes a los últimos preparativos que auguraban el inicio del espectáculo.
Tras una demora de media hora, por fin comenzaron a escucharse los primeros acordes de la particular Tarjeta de visita del intérprete y compositor santanderino Ángel Stanich. Acostumbrados a verle salir a escena con su guitarra, su atril y su inseparable armónica, fue grato contar con la presencia del palentino Kike Reguera (miembro de The Clippers) en el escenario.
Juntos consiguieron llenarlo, cuestión que tampoco fue demasiado difícil debido a las reducidas dimensiones del mismo. Las 70 personas que acudieron a la cita no se mostraron excesivamente efusivas en un primer momento, sin embargo, no dudaban en aparcar sus vasos y dedicarles sus más sinceros aplausos. No obstante, se trataba de un público exigente que, por un módico precio, quería ser seducido no sólo por la música, sino también por la puesta en escena.
Pero como todo un maestro de ceremonias, el santanderino supo salir al paso y encandilar a la gente con algún que otro toque de humor que no pasó desapercibido para los allí presentes. De esta manera, consiguió conectar con el público de una forma claramente acertada, aspecto que no se le puede atribuir a su acompañante que se mostró bastante más retraído a lo largo de todo el concierto. Tal vez esto se deba a que, para Reguera, ésta era su primera actuación en la capital castellanoleonesa y decidió anteponer el respeto hacia un público, en su mayoría nuevo para él, frente a los deseos del respetable por formar parte de la actuación. No obstante, también pudo contar “con el apoyo de la gente que me quiere y eso es algo que siempre te hace sentir mejor”, cuenta el palentino.
Aún así, el show no había hecho más que comenzar. Cuando finalizó el sexto tema, en el cuál los asistentes se empezaron a mostrar mucho más receptivos y animados que en los anteriores, Guille Aragón (componente de The Jackets) subió al escenario para introducir un toque de percusión en el repertorio que ofrecían esa noche. Irrumpió en las tablas, despejó su cajón flamenco (utilizado hasta ese momento como una especie de mesa auxiliar en la que apoyar los trastos), y la música empezó a vibrar con cada golpe de cajón y de shaker, otro de los instrumentos elegidos por Guille Aragón para la ocasión.
Ángel Stanich y sus secuaces consiguieron con su música trasladar a los espectadores hasta los lugares más inverosímiles, desde Manhattan hasta una granja en la que el tío Sam procuraba escaparse del contrabando. Las historias que cuentan las canciones del de Santander se basan en “experiencias personales, lo que veo, el cine de gánsters, la propia música, las causas perdidas y, también, en los amores y desamores”, declara Stanich. Además, asegura que “nunca es mal momento para componer pero suele ser en tiempo de reflexión y, dependiendo de tu estado de ánimo, te apetece más hacer un blues, una canción más folk o algo cañero”.
Asignaturas pendientes
Tras el descanso, tiempo en el que algunos de los asistentes abandonaron el recinto, el ambiente se caldeó de manera notable y las palmas abarrotaron la sala de conciertos del Café Teatro acompañando el ritmo de los artistas. Desafortunados todos aquellos que huyeron ya que no pudieron presenciar el que sería el clímax de la actuación. Parte en la que el cantautor Ángel Stanich y el guitarrista Kike Reguera se crecieron y aumentaron lo decibelios animados por el énfasis de los concurrentes más aventureros que aguantaron hasta el final.
Ayer, Stanich consiguió hacer frente a un par de asignaturas pendientes. La primera de ellas, subirse a un escenario con José Carreño, quien saltó la barra del bar para deleitar al público, ya bastante exaltado, con los temas Calle niña bonita y Tony Soprano. El segundo reto lo superó con éxito. Consiguió que sus actuaciones en solitario se vieran complementadas con las actuaciones de sus acompañantes. Por fin el público pudo disfrutar de su música con un toque diferente que hizo que adquiriese garra y contundencia, aunque no en todos los casos.
Tampoco faltó el estilo personal del hacedor de canciones que, al más puro estilo Bob Dylan, se convirtió en hombre orquesta armado de guitarra y armónica para contar el relato de una Vieja Gloria que al parecer tenía algún que otro parecido con el chico de la primera fila, todo un “mister causa perdida”.
Un repertorio que fluye entre el folk, el country, el old school rock y el acousticblues, mezclado con referentes personales del autor como Dylan, Springsteen, Blur, Quique González, The Beatles y Andrés Calamaro, entre otros, fueron los elementos que perfectamente integrados dieron como resultado un espectáculo a la altura de un público decente del que se despidieron con los últimos acordes y un “hasta siempre” que deja abierto todo un mundo de posibilidades.